Era una
cálida tarde de verano. Marisa se preparaba para salir de la oficina. Tenía
prisa porque quería aprovechar el tiempo antes de que anocheciera. Atendió una
última llamada mientras guardaba algunas cosas en su bolsa. Ordenó los papeles de
asuntos pendientes que tendría que revisar el siguiente día. Tomó nota en su
agenda electrónica sobre algunas tareas que le estaban encomendando en ese
momento. Colgó el teléfono y apagó la computadora. Salió, saco en mano, bolsa
en el hombro, las llaves del coche en la otra mano. No quería perder ni un
minuto más.
A esa hora
el tránsito no era tan pesado, pues la mayoría de las personas salen de la
oficina a eso de las 6 p.m. y a penas eran las 3:20 p.m. En cuestión de minutos
había dejado atrás la ciudad y en la autopista los kilómetros se miden en canciones.
Entre los
árboles frondosos se alcanzaba a ver la Villa donde él seguramente aguardaba
ansioso. La sola idea hizo palpitar más rápido su corazón. Antes de tomar la
salida que da acceso a la Villa, ella detuvo el auto. Se miró en el espejo y de
su bolsa sacó algunos aliados. Se retocó el color de los labios y las mejillas.
Cepilló su cabello, luego, cambiando de opinión, lo alborotó con las manos,
como si de pronto hubiera notado que despeinada se ve más bella. Lo acomodó,
dándole un toque causal. Quería causar la mejor impresión y a la vez simular
que aquel encuentro postergado por años no era de la menor importancia.
Marisa
respiró hondo. Lanzó una última mirada al espejo de vanidad. Encendió el motor
del auto. Mordió su labio inferior como suele hacer cuando está ansiosa. Y
continúo lentamente por la calzada bordeada de enormes coníferas. Su prisa
anterior contrastaba con la lentitud con que conducía ahora, como si se
resistiese a llegar, como si quisiera disfrutar el paisaje, pero en realidad en
ese momento Marisa no tenía la menor consciencia sobre su entorno. Lo único que
pasaba por su mente era la idea de encontrarse nuevamente con él.
Habían
pasado 12 años. Todavía recordaba aquella noche obscura y fría donde lo vio por
última vez. Aún siente escalofríos al recordar aquel brillo inusual en la
mirada de él, sus ojos húmedos y enrojecidos, el viento que soplaba con fuerza
revolviendo sus cabellos. -¡Ya no te amo! -dijo Marisa aquella noche de otoño.
Le había mentido y lo había hecho tan bien que casi logra engañarse ella misma.
Pablo se quedó paralizado, petrificado por las últimas palabras de Marisa y
ella corrió a toda prisa por aquel pasillo largo, que por primera vez le
parecía infinito. ¿De quién huía? ¿De él? ¿De ella misma? ¿De su pasado? Ahora
que lo piensa se pregunta si acaso es un error volverse a encontrar con él y
mira el reloj como si en él fuera a encontrar la respuesta -¿Todavía estoy a
tiempo de regresar?
Son las
4:00 pm. Cada vez está más cerca. Ya puede ver la entrada de la Villa donde su
pasado la espera. El corazón se le va a salir del pecho. Es tanta su tensión
que le duele respirar. Por fin detiene el auto, baja algo aturdida y trata de
comunicarse con el valet parking pero todo da vueltas en su cabeza, a penas
puede actuar automáticamente. Saca algunas pertenencias y entrega su auto como
si la vida se le fuera con él.
Ve como se
aleja su bellísimo mustang rojo, su boleto a la seguridad, y siente que le han
quitado el piso. Es entonces cuando escucha su nombre: ¡¡¡Marisa!!!!
Su corazón
se detiene.
Mira hacia
atrás. Pablo está justo en la puerta de la Villa, con una enorme sonrisa,
ondeando la mano. Ella todavía no atina a moverse y él se acerca, abriéndose
paso entre las personas.
-¡Amor,
estás hermosa! – le dice Pablo justo antes de plantarle un beso en los labios,
que vino a confundirla aún más. ¿Acaso él no se enteró que habían terminado
hace 12 años? ¡Han pasado 12 años! Dos vidas, al menos. Y él la saluda como si
hubieran transcurrido 12 horas.
Sonrisa
amplia como el cielo. Ella le dice que está igualito, que tiempo no ha pasado
por él, que le da mucho gusto volver a verlo. Lo mira como si viera a un
fantasma y piensa ¿Qué hago aquí?
Seguramente
él está tanto o más nervioso que ella, pues no para de hablar. Le dice que
primero irán al bar a tomar algo y más tarde pueden cenar. Ella asiente y se
dirigen al interior de la Villa. El lugar es hermoso. Un edificio enorme de
piedra, jardines colmados de flores multicolores, grandes extensiones de bosque
rodean la Casona que alberga 150 habitaciones del mayor lujo posible, campo de
golf, canchas de tenis, gimnasio… Pero a ellos no les interesa nada de eso, están
concentrados en su propio encuentro.
Durante el
corto trayecto hacia el bar, ella piensa si acaso él la confunde con alguien
del departamento de recursos humanos pues Pablo le resume 12 años de su vida en
una rápida descripción de estudios, escuelas, trabajos desempeñados, funciones
actuales… sólo falta que saqué una copia de su currículum vitae y se lo
entregue.
La guía
hacia una pequeña mesita en un rincón del bar, se sientan como un par de
amantes que ocultan su pasión del mundo. Ella está apoyada sobre la mesa como
si quisiera borrar la distancia entre los dos, él continúa hablando
apresuradamente de sus logros profesionales: libros publicados, cátedra en la
universidad… Marisa quisiera gritar: “¡Cállate! No vine aquí a escuchar tu
historia laboral ni académica, estoy aquí para saludar a un viejo amigo”. Pero
no lo hace, sigue pasmada. Desde que llegó a la lujosa Villa no ha podido hilar
más de tres palabras ni responder más que monosílabos. Cómo podría decir algo,
si Pablo no cierra la boca.
Primer
sorbo a su coñac y es como si el alma le volviera al cuerpo. Pablo, por fin
logra tranquilizarse, se da tiempo para respirar. Marisa sonríe más tranquila,
tanta palabrería y la actitud de autosuficiencia de él la tenían bastante
incómoda. Se miran a los ojos como solían hacerlo hace más de una década.
-Te odié, ¿sabes? –Afirma él, tomándola por
sorpresa. –Tus últimas palabras todavía retumban en mi mente.
-Debía
dejarte, si no me alejaba de ti jamás podría crecer. Tú me protegías y yo
dependía de ti. Siempre me alejaba, pero nunca dejaba de volver a ti. Aún hoy
después de 12 años, he vuelto a ti.
-Lo sé.
Tienes razón, yo no te hubiera dejado crecer. Mi presencia ejercía mucha fuerza
sobre ti.
Se quedan
en silencio un par de minutos. Luego él le pregunta -¿fue hace 15 años que nos
conocimos?
–No -dice
ella-. Han pasado ya 17 años. Yo era una niña.
–Éramos unos
escuincles, -replica él.
-Para mí,
tú eras todo un hombre. Yo sabía que sólo eras mayor dos años, pero te veía
como a un adulto, dueño de la situación, yo me sentía como tu hija, como tu
niña. Estaba segura a tu lado. Me sentía protegida cuando estábamos juntos.
-Eras mi
niña, sigues siendo mi niña. Te protegía, trataba de proteger tu mundo, no
quería que nada ni nadie te lastimara.
Y ella
sonríe ante la ingenuidad de él. ¡Que nada ni nadie la lastimara! Si ella ya
estaba muerta cuando él la encontró por vez primera. Cuando Pablo apareció en
su vida ella estaba en agonía, más muerta que viva. Era un fantasma sin fe en
el mundo, sin fe en la humanidad. Estaba desnuda en el mundo de la hipocresía. ¿Cómo
podría evitarle el dolor que corría por sus venas? Pero de eso él no sabe nada,
nunca lo supo y nunca lo adivino. En aquella época, él la miraba como a alguien
a quién hay que proteger, como alguien frágil, vulnerable, pero él creía que
esa fragilidad se debía a haber vivido en una burbuja de algodón. Y no, no era
así. Era todo lo contrario. Ella había crecido en una burbuja que no paraba de
girar y en cuyo interior había cristales rotos, clavos enmohecidos, alfileres
que penetraban la carne de la niña que alguna vez fue.
-Después de
tanto tiempo me doy cuenta que te amo con la misma intensidad. Tú no has
cambiado y mis sentimientos por ti tampoco –dijo él.
-¿Cómo
puedes decir que no he cambiado si ni siquiera me conoces? Pablo, han pasado
casi 20 años y en cinco minutos pretendes saber quién soy. No lo intentes
siquiera –se apuró a decir ella bastante contrariada.
-Tenemos
que recuperar el tiempo perdido Marisa. Te amo y voy a llenar nuestras vidas de
nuevos recuerdos, de nuevas historias de los dos sigue hablanddop.
-Sinceramente
cuando accedí a venir a verte no esperaba que te comportaras de esta forma. No
hay ningún tiempo perdido. Tengo una vida y no he dejado de vivirla ni un sólo
minuto. No creas que el tiempo se detuvo porque no estabas a mi lado. No
olvides que fui yo quien se alejó de ti. Necesitaba estar lejos de ti porque me
asfixiabas, no me dejabas ser, me presionabas, tú eras quién quería estar a mi
lado cada minuto y yo trataba de alejarme de ti cada minuto. Finalmente lo
logré y si ahora he vuelto es como un gesto de amistad, no creas que vengo a
rendirme a tus pies y que mi vida no ha tenido sentido desde que logré ponerme
a salvo de ti.
Pablo la
miraba desconcertado. No podía entender las palabras de Marisa. Las oía pero no
significaban nada para él porque en medio de su obsesión, ella era todo en su
vida. Alguna vez se aferró con todo su ser a ella como si de ella emanara el
elixir de vida que a él tanta falta le hacía y cada vez que ella se alejaba de
él, era una tragedia personal y creía que moriría de amor, y cuando Marisa por
fin desapareció de su vida el sufrió durante años su abandono. Y ahora que la
ha encontrado nuevamente ha de aferrarse con todo su ser y ahora con más fuerza
porque no quiere volver a perderla.
En su
ausencia, Pablo creyó que el enorme vacío en su alma se debía a que Marisa ya
no estaba con él y según Pablo, ella era su musa, su droga, su vida… Sin
embargo, han pasado tantos años extrañándola, deseándola, que no recuerda que
ese vacío vivía en él desde su infancia, desde antes de conocerla. Él espera
ahora que ella llene el espacio en su vida, que le dé sentido al sinsentido de
su ser, pero eso es algo que sólo puede hacer él. Sólo Pablo es responsable de su
vida, de sus emociones, de sus sentimientos. No existe ese ser mágico que
vendrá del cielo a rescatarlo del pozo de oscuridad en que vive su alma y lo
que es peor, Pablo cree que si le expresa su amor con todas sus fuerza, con exagerada
insistencia, ella creera en ese amor y se dará cuenta que nadie más la puede
amar de esa manera así que ya no querrá alejarse jamás de él; no obstante, es
esa misma insistencia, esas exageradas declaraciones de amor, las que harán que
Marisa corra en dirección contraria y se arrepienta por haber accedido verlo
una vez más.
-Ya basta
Pablo, quita esa mirada –exige Marisa.
-No puedo,
te amo y me maravilla poder estar aquí, frente a ti, hundirme una vez más en la
profundidad de tus ojos, escuchar tu voz, tocar tu mano –Pablo estiró su brazo
hasta alcanzar la mano de Marisa sobre la mesa.
Ella retiró
su mano y se reclinó hacia atrás en la silla mientras un repentino sentimiento
de odio mezclado con desprecio invadió su pecho y subió hasta su cabeza. De
pronto recordó todas las veces que caminó varias cuadras de más para evitar
pasar por donde sabía que él estaría esperándola; solía cambiar su hábitos,
horarios y rutinas sólo para evitarlo, para desconcertarlo, para que él no
pudiera encontrarla, pero él casi siempre la encontraba porque no tenía otra
cosa más que hacer que perseguirla y mientras ella recordaba aquellos días
volvió a sentir las nauseas que él le provocaba con su eterna persecución.
-Debo irme.
Esto no es lo que esperaba y no me interesa escuchar lo que tienes que decir.
Adiós Pablo –pronunció mientras se ponía de pie.
-No te
vayas mi amor, no te perderé de nuevo. Te amo mi vida, mi niña amada –decía
Pablo con tono lastimero, por sus ojos se asomó una lágrima.
-Basta
Pablo, estoy cansada de tus lágrimas falsas, de tu amor enfermizo, no quiero
tener esto en mi vida, te dejé antes e hice bien. En verdad me equivoqué
viniendo esta tarde –tomó su bolsa y se encaminó a la salida.
Pablo
corrió tras ella. No estaba dispuesto a dejarla ir esta vez y ahora que sabía
cómo encontrarla haría todo lo posible para entrar en su vida, el hecho de
estar casado, de tener una familia, no lo detendría. Ya no podía pensar
claramente, ahora su vida tenía un objetivo: Marisa.